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martes, 30 de abril de 2013

Capítulo 14 - Huida

Muerte. Eso era lo que nos esperaba: La muerte. Aquello era lo que nos habían sentenciado y lo que nos tocaría pagar por culpa de una traición que nosotros no cometimos. Los únicos traidores eran ellos por sentenciarnos de una forma tan cruel después de haber eliminado las pruebas de nuestra inocencia. Pero, claro, ¿quién nos iba a creer? Nosotros solo éramos tres jóvenes, era nuestra palabra contra la del imperio, y nadie creería las palabras de dos soldados de bajo rango, uno de ellos recién reclutado, y otro joven que aun no había llegado a la edad adulta, sobretodo después del jaleo que se había formado a raiz de la incursión en el palacio llevada a cabo por los rebeldes.

Por mi mente no dejaban de pasar las palabras que me dijo aquel hombre que parecía ser el líder de los rebeldes, cuando me propuso unirme a ellos, alegando que algún día querría luchar a su lado. ¿Por qué lo decía? ¿Cómo podía estar tan seguro de que algún día querría traicionar al imperio? Tenía muchas dudas respecto a todo aquello, pues ahora el que se sentía traicionado era yo. Aun no era capaz de creerme lo que estaba ocurriendo.

Aubert, por su parte, no dejaba de lamentarse mientras que Karter no paraba de culpar a los rebeldes. Según decía constantemente, todo aquello era culpa de ellos, por haberse infiltrado en el palacio insultando al emperador al sentar un cadáver sobre su trono.

-Si no fuese por ellos, ahora mismo seríamos libres, estaríamos con nuestras familias y no habría pasado nada-decía una y otra vez-. ¡¿A quién se le ocurre burlarse de la seguridad del palacio e insultar al emperador sentando un cadáver sobre su trono?!

-¡Culparles a ellos y lamentarnos no va a hacer que seamos libres!-grité enfurecido.

-Eh, chicos, acercaos a las rejas-dijo una voz desconocida desde fuera. Yo me acerqué para mirar, pero no había ningún guardia por ninguna parte-. Estoy en vuestra misma situación, nos ejecutarán a todos juntos, pero no os preocupeis, Naugón nos sacará de aquí.

-¿Quién es Naugón?-pregunté sin entender lo que quería decirnos aquel hombre desconocido, otro preso más, quizá otra víctima también, del imperio.

-Es nuestro nuevo líder-respondió-. Artrio confió en él para que comandara al ejército de liberación y, ahora, es quien lidera la resistencia.

-¿Y cómo estás tan seguro de que nos va a sacar de aquí?-preguntó Karter-. Seguramente para ese desgraciado nosotros solo seamos ratas y tú solo seas un peón más en su campo de batalla.

-Todos los miembros de la Resistencia somos importantes, no nos va a dejar tirados, créeme-dijo seguro de sus palabras-. Ya verás cómo esta noche saldremos libres de la ciudad.

-Vosotros lo teneis fácil, os escondeis en los bosques y en vuestras guaridas, pero nosotros somos ciudadanos antranos, nuestro hogar está en la ciudad-dije suspirando apesadumbrado-. Tú podrás volver con los tuyos a los campamentos, pero nosotros no tenemos ninguna opción, no tenemos a dónde escapar.

-Podeis venir con nosotros, siempre estamos encantados de reclutar gente fiel a nuestra causa-dijo nuestro nuevo compañero de armas.

-No pienso unirme a una banda de ratas inmundas-dijo Karter con desprecio.

-Allá tú con tu elección, siempre puedes quedarte aquí y pudrirte hasta morir y dejar que te ejecuten al amanecer-dijo el otro preso riéndose.

-Karter, nos están ofreciendo su ayuda, nos están dando su apoyo y hemos descubierto las mentiras que nos han llovido desde el imperio-dijo Aubert con seriedad y tranquilidad.

-¿Y cómo podemos asegurarnos de que ellos no nos mienten como los cerdos imperiales?

-Lo comprobaremos pronto-contesté yo sonriendo de medio lado-. Si de verdad vienen a salvarnos, será la última prueba que necesitaremos para jurar fidelidad a la resistencia.

No se habló nada más. Karter parecía estar conforme con mi decisión, parecía haberse tranquilizado ya y no ponía ninguna pega a la elección de seguir a los rebeldes en la huida de los calabozos. Esperamos poco tiempo más antes de que se empezase a escuchar alboroto por las afueras de los calabozos.

Cerré los ojos para concentrarme, pensando en qué podía estar pasando. Podía diferenciar los golpes metálicos de las espadas al chocar entre ellas y los gritos de agonía de los hombres que acababan cayendo bajo el frío filo del acero de las armas. La mayoría eran guardias, lo sabía al escuchar los golpes metálicos al caer los cuerpos, ya muertos, contra el suelo, escuchando cómo el ruido del golpe lo provocaba un objeto metálico, una armadura. Escuché también a alguien corriendo por el pasillo de los calabozos mientras abría las celdas. Al abrir la nuestra, pude reconocer que era el grandullón que me había retenido. Pero no parecía haberme reconocido, de hecho, abría las celdas sin más, no miraba quién había dentro, iba corriendo para no perder tiempo.

Hice una señal a Aubert y a Karter para que me siguieran, pero Karter se negó, moviendo la cabeza de un lado para otro.

-Yo me quedaré aquí, diré que intenté reteneros pero que érais demasiados y no pude conteneros-dijo sonriendo de medio lado-. No quiero luchar al lado de los rebeldes, pero te pasaré toda la información que pueda.

-¿Y cómo conseguirás que te crean?-le pregunté, preocupado.

-Me golpearé la cabeza y diré que me atacasteis-dijo riéndose-. No te preocupes, estaré bien, ¿vale? Espero que podais joder al imperio como se merecen.

Asentí con la cabeza, sonriendo, y nos estrechamos la mano haciéndonos la promesa de que volveríamos a venros y sería para aniquilar a los que nos habían tendido esa trampa.

Comenzamos a correr junto a los demás rebeldes que estaban escapando de sus celdas siguiendo al grandullón que los había liberado usando la llave de los guardias. Ninguno estábamos armados, por lo que rezaba a cada paso para que no nos encontráramos guardias por el camino y no tuvieramos que entablar batalla hasta que saliéramos de la ciudad.

Nos adentramos en una especie de cueva donde finalizaban los calabozos. Las antorchas iluminaban las galerías, permitiéndonos ver dónde posábamos nuestros pies en cada pisada, aunque éramos un número de personas tan elevado que casi no teníamos tiempo para pensar dónde estábamos pisando.

Poco a poco empezaba a notar que había más humedad en el ambiente y que todos empezábamos a disminuir la velocidad de la marcha, yendo a paso rápido pero caminando. Aquella disminución de la velocidad me permitió poder escuchar el ruido del fluir del agua, ya que no había tanto ruido de gente corriendo, resonando por los túneles con eco y reverberación. Habíamos llegado a los acueductos. Por lo visto, estábamos en una galería anexa, cerca del mismo lugar por el que accedimos al interior del palacio.

Me acerqué un poco al grandullón, tenía curiosidad.

-¿A dónde nos llevais?-pregunté armándome de valor. Recordaba la cueva donde había estado con anterioridad, y no era tan espaciosa como para cobijar a tanta gente.

-Volveremos al campamentos, donde empezaremos a preparar la invasión-fue su respuesta.

-¿Y qué haremos Aubert y yo? Somos del imperio, nuestro hogar está en Antran-le pregunté, temiendo por lo que pudiera pasarnos.

-El imperio os ha traicionado-dijo con tono de burla y odio al mismo tiempo-. Si sois listos, os unireis a nuestra causa para impartir justicia a los que nos arrebataron nuestro hogar. Juntos, recuperaremos lo que es nuestro.

jueves, 25 de abril de 2013

Capítulo 13 - Mala suerte

Otra vez en aquella fría y húmeda celda donde me encerraron tras atraparme asaltando la casa de mi madre, haciéndome una emboscada. Sabía que aquello de trabajar para los rebeldes no era buena idea, sabía que algo saldría mal, que acabaría  mal parado por haber ayudado a aquellas sabandijas. Pero sabía que Karter y Aubert podrían conseguir convencer al juez de mi inocencia presentando la carta que recibí de Artrio. Sabía que pronto me liberarían y que volvería a patrullar las calles de la ciudad en poco tiempo, que volvería a luchar junto a mis compañeros del ejército por el honor y el poder del imperio.

Escuché unos pasos diferentes al de los guardias por los pasillos de los calabozos. Conforme se acercaban esos pasos, los guardias se detuvieron donde estaban y pude ver cómo uno adoptaba una posición firme. Segundos más tardes pude ver y reconocer al capitán, aquella persona que me había alistado en el ejército y me había permitido la entrada en sus tropas. Al principio sonreí, contento de verle, pensando que traería buenas noticias o algo, pero mi sonrisa desapareció al ver su semblante serio, su cara de decepción y su mirada llena de desprecio hacia mí.

-No sé cómo has podido engañarnos de esa manera-me dijo con asco-. Mereces la muerte después de habernos vacilado de tal manera, provocándole la muerte a tus compañeros rebeldes mientras, a nuestras espaldas, planeabas cómo atacar el palacio.

-¡Ellos no son mis compañeros, yo solo pertenezco al imperio!-insistí alzando la voz, desesperado-. Por favor, créame. Karter tiene la carta de Artrio, demostrará mi inocencia, de verdad.

-Ni Karter ni tu amiguito Aubert tienen nada-dijo serio, haciendo una seña con la mano. Poco después pude ver cómo varios soldados traían a dos personas más para encerrarlas. Esas dos personas eran Karter y Aubert. Mi rostro se descompuso al ver cómo abrían la puerta de mi celda, metiéndoles a empujones-. Ellos no tenían nada y son acusados de colaborar con traidores al imperio.

-¡Tenía la carta, estaba encima de la mesa de mi habitación, se lo juro!-gritó Aubert desesperado, intentando lanzarse a por un guardia. Karter fue más rápido y se puso en medio, parándole.

-Cálmate, Aubert. No podemos hacer nada-le dijo suspirando.

-Pronto sabreis vuestra sentencia-dijo el capitán antes de irse por donde había venido, mientras los guardias cerraban la celda y se retiraban detrás de él.

-Estos hijos de puta han destrozado la carta-dijo Karter una vez se hubo asegurado de que nadie más le escuchaba.

-¿Cómo estás tan seguro?-le pregunté, sorprendido de que hablara así del imperio después de haber servido como soldado.

-Vi a un compañero de guardia saliendo de la casa de Aubert con un papel en la mano-respondió con desprecio-. Seguramente sería la carta, para entregársela al capitán.

-¿Estás diciendo que nos han traicionado?-pregunté nuevamente, sin poder creérmelo-. Pero... ¿por qué?

-Quizá la historia que conocemos del imperio no sea la historia real, sino una versión escrita por los vencedores en una guerra sin piedad-respondió Aubert con su labia típica-. ¿Y si los rebeldes no son rebeldes, sino los restos de una sociedad excluida que se vio obligada a escapar?

-No dejan de ser escoria igualmente-dijo Karter con desprecio al oir aquella mención de los rebeldes.

-Solo tenemos la versión que nos ha dado el imperio, pero no parecen ser tan salvajes como los pintan-dije con calma y serenidad-. Yo les he visto cómo actúan, he estado con ellos y no son los bárbaros que dicen ser.

-¿Por qué dices eso?

-Podrían haberme matado en cuanto salieron de la ciudad, y, en cambio, aquí estoy-contesté encogiéndome de hombros-. De hecho, me hablaron bien, no me trataron con desprecio ni nada por el estilo.

-Y Artrio estaba con ellos-dijo Aubert suspirando-. Era su líder, por algo sería, ¿no?

-Sigo pensando que solo son un puñado de desgraciados que se creen salvadores o algo cuando solo son rebeldes sin escrúpulos, asesinos que matan por placer-dijo Karter cada vez más cabreado.

-Si fuesen como dices, no estaríamos aquí encerrados, ¿sabes?-dije enfadándome con él. Ahora tenía un punto de vista diferente acerca de los rebeldes. Tenía la idea de que me había equivocado siempre con ellos-. Si fuesen lo que dices yo estaría muerto y no tendría que estar aguantando esto.

Karter se quedó callado, como si mis palabras le hubiesen convencido de que se equivocaba al pensar aquello de ellos. Aubert tampoco supo qué decir, se encontraba en una situación incómoda. Dos amigos discutiendo dentro de unos calabozos.

-También es mala suerte que estemos aquí encerrados, a la espera de que nos digan qué van a hacer con nosotros-dijo Aubert para romper el silencio incómodo que se había originado.

-¿Qué creeis que nos harán?-pregunté algo preocupado, aunque, más que por mí, por lo que pudiera ocurrirles a ellos-. ¿Cuál creeis que será la sentencia que nos pondrán?

-No tengo ni idea, pero no va a ser nada bueno, seguro-respondió Karter algo incómodo-. Si se han cargado la única prueba de nuestra inocencia, seguramente querrán quitarnos de en medio como sea, ¿no?

-¿Tan retorcidos los ves?-preguntó Aubert, desconcertado-. Antes defendías a muerte al imperio, ahora despotricas contra él.

-Celadias no ha ido nunca a una batalla fuera de la ciudad, pero yo sí, y he visto cómo los capitanes y los generales se saltaban las instrucciones a su antojo-dijo Karter agachando la cabeza-. Debí haberme dado cuenta antes cuando los altos mandos miraban para otro lado, sabiendo qué era lo que había ocurrido en la guerra.

-¿Qué quieres decir?-le pregunté intrigado por aquello que estaba relatando.

-¿Y si no se saltaban las órdenes del imperio? ¿Y si ellos recibían otras órdenes más crueles y sádicas que nosotros?

-¿Quieres decir que hay algo oculto detrás de las órdenes que recibías?-preguntó Aubert, intentando entender lo que Karter quería decirnos.

-Siempre hay información que no le llega a los soldados, eso se sabe tanto dentro como fuera del ejército-dije yo, pensativo-. Pero no descartaría en ningún momento que los generales tuvieran órdenes más sádicas y que ocultaran esa información para que no saliera a la luz, haciendo que tuviéramos la imagen del imperio que tenemos ahora.

-Entonces a saber qué sentencia tienen pensado imponer sobre nosotros-comentó Aubert soltando un resoplido.

Poco después escuché los pasos de un guardia acercándose hacia nuestra celda. Yo, que había permanecido sentado todo este tiempo, me puse en pie para acercarme y ver qué era lo que ocurría. Al detenerse el guardia ante mí, tragué saliva, esperando que nos dijera lo que habían sentenciado por ese delito que no habíamos cometido.

-Los jueces magistrados han decidido por unanimidad que vuestro castigo por haber colaborado con los rebeldes, traicionando al emperador y al imperio y poniendo en peligro la seguridad y el bienestar de la población antrana es...-Se quedó unos segundos callado, haciendo una pausa que hacía más insoportable la espera, que hacía que la intriga, la preocupación y el miedo incrementaran-: La muerte. Sereis ajusticiados mañana al amanecer. Descansad en vuestra última noche de vida.

domingo, 21 de abril de 2013

Capítulo 12: Juicio

La celda en la que me encerraron solo estaba iluminada por un par de antorchas situadas en el pasillo cerca de los barrotes. No parecía haber ninguna ventana que diera al exterior y eso, sumado a la humedad que había en el ambiente, me hacían pensar que me encontraba en el subsuelo, muy cerca de los acueductos. De hecho, a veces tenía la sensación de estar escuchando el agua fluir.

Desde mi calabozo veía pasar a los guardias yendo en pareja, cruzándose de vez en cuando con los dos guardias más que patruyaban ese mismo pasillo en direcciones opuestas. Estaba demasiado bien vigilado y los barrotes parecían bastante consistentes, a pesar del óxido provocado por la humedad del ambiente, humedad que calaba mi piel hasta los huesos y me hacía temblar de frio.

Era desesperante aquella situación: Metido en un lugar frío y húmedo, casi en completa oscuridad ya que la luz del pasillo apenas iluminaba la celda, sin nadie más con quien poder hablar en aquel habitáculo, sin tener noción del tiempo que pasaba, ni del tiempo que hacía fuera, sin saber si era de día o de noche, sin tener ningún contacto con el exterior, sin saber cuál era el destino de mi madre y de mi hermano, sin saber si les había pasado algo, si les habían capturado o si les habían dejado libres. A veces sentía la necesidad de preguntarle a los guardias, pero tenían un aspecto tan serio que hasta llegaban a intimidar y hacer temer que hubieran represalias solo por abrir la boca.

Desconozco el tiempo que pasó cuando uno de los guardias abrieron los barrotes de mi celda, haciéndome una señal para que me levantara del suelo y le siguiera. Aquel guardia estaba acompañado por dos hombres más, quienes me cogieron por los brazos para inmovilizarme e impedirme que intentara escaparme, aunque, la verdad, no tenía intención de enfrentarme al imperio, no tenía intención de escapar y, mucho menos, de provocar alboroto. Simplemente me dejé llevar por los guardias, conduciéndome por los pasillos hasta llegar a unas escaleras. Definitivamente me encontraba en el subsuelo, debajo de la ciudad, estaba demostrado.

Al final de las escaleras había un pasillo de piedra que conducía a un arco que daba acceso a una sala circular. La pared era el suelo de un nivel superior, el cual estaba bordeado por unos barrotes más finos que los de la celda donde me encerraron. Podía ver cómo un grupo de personas me rodeaba, mirándome fijamente como si estuvieran evaluándome. Justo frente a mí, a un nivel mayor, había un hombre vestido con una capucha negra con bordes rojos, quien se levanto de su lujoso asiento para acercarse a los barrotes.

-Celadias, ¿sabes los hechos de los que se te imputan?-preguntó con voz grave.

-Ser atrapado por los rebeldes y forzado a realizar una misión junto a ellos-respondí sereno.

-¡Se te acusa de traición contra el emperador!-gritó uno de los miembros del jurado.

-Cálmense, señores, hemos venido a juzgarlo, no a acusarlo-dijo el juez alzando una mano-. Celadias, ¿acaso no has confesado ser cómplice de los rebeldes ante tu amigo?

-Solo fui cómplice en contra de mi voluntad-afirmé intentando mantener la calma.

-Queremos que nos relates los hechos tal y como fueron, sin mentiras.

Respiré hondo y me dispuse a contarle todo lo que había ocurrido, sin omitir ningún detalle, desde la pelea en el mercado hasta cuando llegó Karter a mi casa. Tanto el juez como el jurado se mantuvo en silencio. Callaban y oían cada palabra que decía.

-¿Podrías definir a las personas que te retuvieron?-preguntó uno de los miembros del jurado, mirándome fijamente.

-Solo pude reconocer al hombre que me retuvo en la cueva-dije negando con la cabeza-. Los demás iban encapuchados.

-Identifícalo entonces-inquirió el mismo hombre.

-Solo puedo decir que era un hombre de gran tamaño, un cuerpo enorme y bastante musculoso. Su cara no la llegué a ver debido a la oscuridad que había en el lugar-dije respondiendo con un suspiro-. La única luz que había en la zona era la luz que desprendia una antorcha encendida.

-¿Y conoces el mensaje de aquella carta que dices que querías conseguir?-me preguntó otro hombre, mientras se cruzaba de brazos.

-No llegué a saber nada de ello, pero supongo que serían los planos de los acueductos y la información detallada de cómo acceder al palacio desde el subsuelo-contesté pensativo-. Nunca pude ver el contenido, solo reconocí el sello.

-Llevas solo un día en el ejército, nunca has tenido contacto con ningún rebelde, ¿cómo has podido reconocer que aquel sello era de los rebeldes?

Me había delatado. Tenía razón, si no había tenido nunca contacto con los rebeldes y solo llevaba un día en el ejército, sin darme tiempo a tener tanta información, ¿cómo he podido reconocer su sello? No sabía que responder y me quedé callado unos segundos.

-Celadias, ¿nos has mentido en algo?

Estuve un rato en silencio. ¿Cómo podría llegar a decirles que Artrio, antiguo lider de los rebeldes, era mi mejor amigo de la infancia? Cogí aire, respirando hondo un par de veces, y me armé de valor para hablar:

-Sí, señoría. Le he mentido en una cosa... Tuve contacto con el líder de los rebeldes desde que éramos críos, pero nunca supe que mi amigo Artrio tuviera algo que ver con ellos-confesé al final, suspirando, temiendo las repercusiones que pudieran traer tanto sus palabras como su confesión.

-¿Qué le dijiste a tu amigo acerca del imperio?-preguntó el Juez, haciendo que yo suspirara de alivio al no tomarme directamente por un aliado de los rebeldes.

-Nunca hablamos de asuntos imperiales. De hecho, murió el mismo día que entré en el ejército y me enteré de que era rebelde al encontrar su cadáver al día siguiente.

-¿Ocultas alguna información más?-preguntó el juez mientras se asomaba un poco por la barandilla-. Que conocieras a su antiguo lider no es suficiente como para reconocer su sello, salvo que vieras documentos oficiales de ellos.

-Vi ese sello un día antes... Me escribió una carta para despedirse de mí. La carta la tiene Karter, podeis pedírsela.

-¿Y cómo podemos confiar en tu palabra?-preguntó el mismo miembro que me llamó traidor al principio.

-La carta aun debe tenerla Karter, como he dicho-respondí mirándole con desprecio.

-¿Y si no la tiene?

-La tendrá otro amigo mío a quien quería enseñarle la carta. Se llama Aubert-indiqué.

-Señoría, ¿a qué conclusión llega usted?-preguntó el miembro del jurado que estaba al lado de quien me preguntó, interrumpiéndole antes de que pudiera decir nada, pues sabía que iba a tratar de despotricar contra mí.

-Viendo que hay pruebas que aun no han llegado a nuestras manos, este caso está visto para sentencia-contestó el juez antes de darse media vuelta y salir. Mientras los dos guardias que me habían traido hasta la sala del juicio, los miembros del jurado repetían la misma acción que el juez, saliendo por sus respectivos arcos.

Los guardias volvieron a encerrarme en la celda y yo esperaba que Karter o Aubert aun tuvieran la carta de Artrio para probar mi inocencia. Ahora solo me quedaba esperar a que creyeran la historia que les conté, que creyeran mis palabras, confiaran en mí y tomaran como prueba definitiva de mi inocencia aquella carta que me mandó Artrio despidiéndose y disculpándose de no haberme dicho a qué se dedicaba antes.

Capítulo 11 - Atrapado

Al día siguiente de la incursión en el palacio, dejando un mensaje de dudable consideración contra el emperador, dejando el cadáver de Artrio sentado sobre el trono, la ciudad estaba sumida por el pánico. Era algo noral ya que habían entrado los rebeldes y habían pasado por delante de sus narices sin que nadie supiera nada, sin que se percataran, y, lo peor de todo, habían insultado el poder del emperador. La noticia se había difundido a primera hora de la mañana, cuando una de las asistentas personales estaba preparando el salón del trono y se encontró con el cuerpo del antiguo líder rebelde sentado en el lugar del máximo mandatario del imperio antrano. Los guardias se movilizaron rápidamente con la esperanza de que pudieran encontrar a los rebeldes todavía por la zona, desconociendo que ya se encontrarían refugiados en la cueva y riéndose del imperio.

Aquel pensamiento me ponía malo, y lo que peor me hacía sentir era el hecho de que yo había tomado parte de aquello, que yo había participado y que había hecho posible que aquello ocurriera. Estaba tan mal que ni siquiera fui capaz de levantarme de la cama cuando amaneció. Mi madre se dio cuenta de ello pero, a pesar de todo, no me dijo nada y le pidió a Karter que le sustituyera, inventándose que tenía fiebre.

-Le diré eso al capitán, pero no hace falta que me mienta, señora-le oí decirle-. Cuando termine mi turno me pasaré a ver qué le ocurre.

Estuve toda la mañana metido en la cama, sin moverme, encogido sobre mí costado y hecho un ovillo. Mi madre vino un par de veces para ver qué me ocurría, pero mi eterno silencio y mi desinterés por cambiar de postura hicieron que se diera por vencida.

-Espero que venga pronto Karter y descubra qué es lo que te pasa-fue lo último que dijo antes de irse. Yo también deseaba que viniera, quería hablar lo que había ocurrido antes con él. Además de que no quería involucrar a mi familia por temor a que los soldados descubrieran lo ocurrido y vinieran a por ella.

Kestix también vino un par de veces, aunque él no se dio tan por vencido, ya que se quedaba un rato sentado en una silla esperando a que yo le dijera algo. Solamente abrí la boca una vez para pedirle algo de agua, empezaba a notar la boca seca. No tardó casi nada en traerme un vaso y una jarra de agua. Ante aquel detalle, no pude evitar sonreir y decirle con la voz ronca:

-Hermano... Pase lo que pase, cuida de mamá, ¿vale?

Kestix me miró con asombro y sorpresa, veía en su mirada que no entendía lo que estaba pasando, no sabía lo que ocurría, solo tenía una pequeña idea de que era algo grave, pero no tenía la certeza de nada. Preocupado, asintió con la cabeza y salió de la habitación. Era la primera vez en toda su vida que no insistía en preguntarme qué era lo que ocurría. Era la primera vez en su vida que su curiosidad no le hacía preguntarme acerca de lo que se me pasaba por la cabeza. Quizá fuese porque también era la primera vez en su vida que sabía que ocurría algo realmente serio y grave y que era mejor no hacer preguntas, conformarse con lo que sabía y hacer lo que le pedía.

Pasaron las horas, llegando ya la tarde, y pude oir cómo mi madre le abría la puerta a alguien. Sabía que era Karter, era la única persona que vendría aquel día a aquella hora. Escuché cómo mi madre le invitaba a pasar y a subir a mi habitación, y también oi los posteriores pasos que conducían a Karter hasta la puerta, donde llamó tocando con los nudillos. Le indiqué que pasara con la voz medio apagada y me giré para mirar hacia la puerta, por donde entraría él. El cerrarla tras de sí, se acercó a mí, sentándose a mi lado en la cama.

-Dime, ¿qué te ocurre?-me preguntó preocupado.

-Supongo que ya sabrás que han entrado en el palacio por la noche y que han dejado a Artrio en el trono, ¿verdad?

-Sí, esos cabrones no tienen respeto ni por el emperador ni por los difuntos-dijo con desprecio en su tono de voz.

-Yo colaboré con ellos-confesé agachando la cabeza-. Me capturaron en el mercado y me llevaron hasta una cueva que hay cerca del bosque...

-¿Y por qué les ayudaste? ¿Estás mal de la cabeza o qué?-me riñió.

-No tenía elección, ¿qué querías que hiciera?-le dije mirándolo con algo de cabreo por haberme levantado la voz.

-Tienes razón, no es tu culpa-dijo al fin, suspirando.

-¿Qué puedo hacer?-pregunté agachando una vez más la cabeza.

-Dejarlo pasar... No podemos hacer otra cosa. Intenta incorporarte mañana y no pienses en lo que ha pasado, ¿vale?-dijo intentando tranquilizarme, cosa que no lo consiguió, al menos no mucho.

-De acuerdo, volveré mañana a patrullar-dije decidido y seguro de mis palabras.

-Recuerda que no tienes culpa, ¿vale? Te obligaron a que les acompañaras. Pero, ¿puedo saber por qué te lo pidieron?-me preguntó confuso, ya que no entendía por qué tenía que acompañarles.

-Me dijeron que les sería de utilidad a la hora de salir de la ciudad-comencé a contarle lo que me dijeron ellos y lo que ocurrió-. Ellos le contaron a los guardias del palacio que le dejaron entrar los guardias del turno anterior y necesitaban que alguien del imperio confirmara aquella coartada.

-Claro, así no pondrían en duda sus palabras-dijo pensativo, aclarando las dudas que tenía antes-. Confirmándoselo un soldado del imperio, tendrían plena libertad para poder escapar. Pero, ¿cómo entraron? ¿También pusieron la misma excusa para entrar?

-No, entramos por los acueductos que atraviesan la ciudad por el subsuelo-dije negando con la cabeza-. Hay un acceso escondido tras unos matorrales del bosque. Entramos al palacio por la puerta de evacuación de emergencia.

-¿Y por qué no salieron por ahí al igual que entraron?

-Entramos durante el cambio de turnos, cuando aun no habían guardias-respondí recordando todo lo que habíamos hecho y lo que me habían dicho-. Nos encontraríamos guardias y nos delataríamos nosotros mismos si saliéramos por los acueductos.

-Una pregunta más... ¿Por qué han puesto a Artrio en el trono del emperador?

-Como muestra de poder y para honrar su memoria, dijeron. Es una señal de que no pararán hasta derrocar al emperador, sea vivo o muerto...

-Espero que me perdones por esto que voy a hacer-me dijo antes de que escuchara varios golpes en la planta de abajo. Escuché cómo la puerta se caía abajo y entraban hombres con armaduras corriendo hasta mi habitación-. El emperador ha ordenado capturar a todo aquel que tuviera algo que ver con la incursión de anoche, y todos sospecharon de ti al no aparecer en el cuartel y al desaparecer de tu turno de vigilancia.

-¡¿Qué?! ¡No, espera, tú mismo sabes lo que ha pasado!-dije casi gritando, mientras me ponía de pie.

-Lo siento, yo no puedo hacer nada, y ya has confesado que has tenido relación con los rebeldes. No puedo hacer nada-dijo dándose la vuelta mientras los soldados me agarraban con fuerza, obligándome a levantarme mientras me arrastraban fuera de la casa.

Lo último que pude ver antes de salir fue la cara de mi madre sollozando y suplicando a los soldados que no me hicieran nada, que me soltaran, mientras que Kestix abrazaba con fuera a mamá para consolarla. Yo intenté decirle que no se preocupara, que pronto se aclararía todo y que me soltarían antes de que le diera tiempo a echarme de menos, pero los gritos de los soldados enmudecieron mi voz, impidiendo que mi madre pudiera llegar a escuchar lo que le dije.

jueves, 18 de abril de 2013

Capítulo 10 - Honrar la memoria

Intenté correr hacia el cuerpo de Artrio. Por lo visto habían recogido su cadáver poco después de que lo encontráramos Karter, Aubert y yo tirado en el bosque. No pude dar más de dos pasos antes de que el guardia me cogiera aplastándome contra él entre sus brazos. Forcejeé para intentar soltarme, pero fue en vano, me tenía bien cogido y era bastante más fuerte que yo. No pude hacer más que suspirar, dejar de poner resistencia y calmarme.

-¿Qué vais a hacer, bárbaros?-pregunté cuando me tranquilicé.

-Simplemente vamos a honrar su memoria y cumplir su sueño-dijo el líder-. Vamos a sentarle en el trono para dejarle un mensaje al emperador. Y te vamos a necesitar para salir con vida del palacio-dijo dejándose ver por primera vez. Tenía una larga cicatriz que le recorría el lado derecho de su rostro de arriba para abajo.

-¿Y cómo pensais que haga eso?-pregunté preocupado y temiendo.

-Eres soldado, ¿no? Te reconocerán y te creerán cuando les digas que hemos ido a entregar una carta-dijo el líder dándose la vuelta mientras entraba por el túnel.

-¡Pero solo llevo un día en el ejército!

-Suficiente para tener credibilidad-dijo el guardia antes de soltarme y empujarme para que entrara-. Lo importante es que alguien pueda reconocerte, y tienes las armaduras de su ejército, ¿no?-añadió riéndose-. No te preocupes, te creerán y nos dejarán marchar. Ahora, andando.

Tuve que seguirles con resignación, profanando un sonoro suspiro mientras veía cómo cargaban con el cadáver de Artrio. Odiaba aquella situación, me sentía bastante impotente, pero no me quedaba otra que hacer lo que ellos me pedían, esperando que aquel gigante tuviera razón con lo de la credibilidad y que todo saliera según lo previsto y sin complicaciones en la misión que querían realizar.

Los acueductos fueron construidos de piedra y se veía claramente cómo el agua del río era el que se conducía por los túneles. No se escuchaban más que los pasos de los cuatro hombres y los míos, además del agua fluyendo. Todo se escuchaba con eco por la reverberancia de los túneles. Podía oir cómo el sonido de cada pisada rebotaba en las paredes y volvía a mis oidos con algo de retraso. También podían escucharse las gotas que caían desde el techo contra el suelo o contra la superficie del agua a causa de la humedad que se concentraba. Notaba cómo las paredes, el suelo y el techo estában humedecidos.

En cada pasillo que cruzábamos nos encontrábamos huesos esparcidos por todos lados. Parecían ser huesos humanos, al menos la forma que tenían nos daba a entender que se trataban de esqueletos humanos. También nos encontrábamos ratas, tanto vivas como muertas, comiéndose entre ellas.

La única luz que había era de la antorcha que llevaba el hombre que nos estaba esperando, quien ahora nos guiaba por los túneles, alumbrando el camino a nuestro paso. No habían antorchas en las paredes de los túneles hasta que nos adentramos algo más, donde ya podía verse hasta maquinaria para controlar el paso del agua, cortando los túneles o abriéndolos, además de verjas antiguas que se encontraban abiertas.

Al final de uno de los pasillos nos topamos con una puerta enorme. La entrada se conformaba por dos puertas juntas, el tamaño era bastante considerable y se notaba que se trataba de una puerta por la que huir en caso de que la situación lo requiriera, para poder sacar al emperador y a los nobles de una manera segura en caso de que invadieran la ciudad. Seguramente, durante la invasión antrana, muchos nobles escaparon de la ciudad por aquella puerta. Podía verse restos de sangre, ya más que seca, manchando el suelo. Aquello explicaba de dónde salían los huesos que habíamos visto antes. El hombre que nos guiaba abrió la puerta de par en par mientras dejaba la antorcha de uno de los soportes vacíos.

-El cambio de turnos está a punto de realizarse-dijo el líder mientras entraba dentro, comenzando a subir por las escaleras-. Aprovecharemos el ajetreo para poder colarnos sin ser descubiertos. Iré yo delante para guiaros e indicaros por dónde y cómo iremos.

Todos asintieron en silencio mientras yo tragaba saliva. Era la primera vez que me encontraba en aquel lugar, me sentía raro, fuera de lugar, a pesar de encontrarme bajo mi ciudad natal.

Efectivamente, como dijo aquel hombre, había poca vigilancia por los pasillos debido al cambio de turno, por lo que nos dimos bastante prisa para ir hasta el salón del trono. Intentábamos hacer el menor ruido posible, pero nuestras pisadas resonaban débilmente por los pasillos al chocar nuestros zapatos contra el suelo de mármol. Al llegar junto al trono, el líder indicó con una seña que pusieran el cadáver de Artrio sentado en el trono.

-Ahora mismo el emperador está dormido y nadie del servicio entrará aquí hasta que amanezca-dijo cuando vio a su antiguo capitán sentado-. Aprovecharemos que no habrá jaleo para escapar. Nos refuigaremos dos días más en la cueva y nos iremos a la segunda noche-indicó mientras se acercaba al cuerpo de Artrio, arrodillándose frente a él-. Señor, hemos cumplido con su sueño. Seguiremos luchando como usted luchó a nuestro lado. No permitiremos que su muerte nos debilite, sino que nos fortifique.

Cuando se puso en pie, volvió a salir del salón, seguido por los demás, mientras yo me quedé unos segundos mirando a Artrio sin entender por qué hacían eso. Si se supone que era un mensaje y una muestra de poder, ¿por qué no mataban al emperador ahora que habían entrado al palacio? Podrían volver a escapar después por los acueductos.

Suspiré y me encaminé de nuevo con los rebeldes, ayudándoles a salir del palacio. Caminamos con calma y a paso rápido por la ciudad hasta llegar al acceso del bosque. Por suerte, la misión había salido bien, no había ocurrido ningún imprevisto, no había ocurrido ningún altercado. Los guardias con los que nos cruzábamos a nuestro paso no sospechaban nada, ni siquiera los guardias del palacio nos pusieron ningún impedimento para salir, ni dieron la voz de alarma cuando les dijimos que entramos durante el turno anterior para dar un mensaje y que nos perdimos por la inmensidad del palacio.

-¿Por qué sois un grupo tan numeroso para entregar un solo mensaje?-fue la única pregunta que nos hicieron los guardias y que nos hizo temer que sospechasen de nosotros.

-Los caminos son muy peligrosos con tanto asaltante suelto-contestó tranquilamente y seguro de sus palabras el grandullón que me había arrastrado hasta ahí-. Por suerte nos hemos encontrado con vuestro hombre justo a tiempo-dijo dándome un par de palmaditas en la espalda, sonriendo de oreja a oreja.

Los guardias no nos pusieron ninguna pega, por suerte. Al llegar a la muralla que separaba la ciudad con las tierras colindantes, nos detuvimos mientras me separaba un par de pasos de aquellas personas que me habían retenido y obligado a ayudarles con aquella misión.

-Aquí nos separamos ya-dije serio.

-Nos has servido bien, Celadias, y podrías ser un gran miembro de la Resistencia-dijo el líder mirándome con una sonrisa.

-Nunca seré uno de los vuestros, no sois más que rebeldes con ganas de revoluciones innecesarias-respondí mirándole con desprecio.

-Algún día te darás cuenta de que hacemos lo correcto, y querrás luchar a nuestro lado-dijo dándose la vuelta mientras se alejaba junto a sus hombres-. Siempre tendrás la puerta abierta en el ejército de Resistencia.

miércoles, 17 de abril de 2013

Capítulo 9 - La misión

Solo tenía recuerdos borrosos de lo que había sucedido en el mercado: la pelea con aquellos hombres camuflados tras los puestos del mercado, haciéndose pasar por vendedores; el encapuchado escapando mientras corría con la carta en la mano; el golpe que me había aturdido, derribándome al suelo y dejando que me clavaran el puñal que me acabaría dejando inconsciente...

El dolor no había cesado, seguía sintiendo punzadas insoportables en el vientre mientras la boca me seguía sabiendo a sangre, incluso aun no teniendo consciencia de lo que estaba pasando a mi alrededor. Notaba como si flotara en el aire, en mitad de la nada. Por aquel entonces no sabía a qué podía deberse, estaba demasiado confuso y alterado como para pensar con lógica, pero, al despertarme, pocos minutos más tarde, deduje que aquella sensación sería que aquel enorme grandullón que se alzaba ante mí, vigilándome constantemente, había estado cargando conmigo hasta llevarme a aquel lugar que parecía asemejarse a una cueva, únicamente iluminada por varias antorchas bien distribuidas a lo largo de las paredes rocosas que la conformaban.

El guardia de descomunal tamaño dio un silvido en señal de que me había despertado, y no tardarón en venir tres hombres encapuchados. El que se encontraba a la derecha desde mi posición tenía en su mano algo que me resultaba muy familiar y que me hizo deducir rápidamente de quién se trataba esa persona. Tenía la carta que le había entregado el otro encapuchado en la ciudad mientras hacía la vigilancia. El propietario de la carta dibujó una sonrisa, lo único que se podía ver en su rostro, al ver que me había despertado.

-¿Así es cómo me agradeces que te os informe a ti y a tu familia de las últimas palabras que quería deciros tu amigo?-dijo con un acento extranjero. No era antrano, estaba seguro de ello-. Yo, que me he jugado la vida para entregaros esa carta, Celadias...

-¿Cómo sabes mi nombre?-pregunté sorprendido. ¿Se trataba de aquel encapuchado el mismo mensajero que entregó la carta a mi madre?

-Muchas veces, Artrio aplazaba las misiones para ir a la ciudad y asegurarse de que estabas bien. Yo era su hombre de confianza, por eso le escoltaba en todo momento para asegurarnos de que no ocurría nada.

-Si tan de confianza eres, muestra tu cara-dije con rabia, mirándole desafiante hacia donde supuse que estarían sus ojos.

-Ni se te ocurra mostrarte-dijo el hombre que estaba en el centro-. Hemos de mantener intacta nuestra identidad, ¿recuerdas?

-Sí, señor. No pensaba quitarme la capucha-respondió el mensajero. El líder, el hombre que estaba en el centro de los tres, le extendió el brazo con la mano abierta para que el mensajero le dio la carta. Al cogerla, la abrió y leyó su contenido, manteniendo su expresión seria, impasible.

-Celadias nos será de ayuda para esta misión-dijo mirándome fijamente antes de darse la vuelta y retirarse, seguido por el otro encapuchado. El mensajero se acercó a mi y se arrodilló para estar a mi altura.

-No temas, Artrio no querría que te pasara nada, y aquí todos queremos honrar su memoria-dijo con una sonrisa complaciente-. No te pasará nada, siempre y cuando colabores con nuestra causa en esta misión.

-¿Por qué iba a ayudar a una panda de ratas traidores?-pregunté con desprecio.

-Porque quieres honrar también a la memoria de Artrio-dijo antes de levantarse-. No te preocupes, si nos ayudas bien, no te pasará nada y te dejaremos marchar.

Tras aquellas palabras, se dio la vuelta y comenzó a alejarse por el mismo camino por el que se había alejado su lider un minuto antes. Yo intenté moverme para levantarme, pero noté que algo tiraba de mí y me di cuenta, por primera vez desde que había despertado, que me encontraba encadenado contra la pared y el suelo. Las cadenas de mis pies se encontraban incrustadas en la pared y las de mis manos alcanzaban el suelo. Al verme en aquella situación, suspiré y me abracé las piernas, mientras apoyaba mi barbilla sobre mis rodillas, intentando pensar lo mínimo posible y deseando que llegase el momento de realizar la misión en la que me iban a obligar a participar.

Maldije mi mala suerte por tener que pelear contra el imperio que me había reclutado en su ejército y que había jurado proteger y servir el resto de mis días. Maldije mi mala suerte por tener que colaborar contra aquella escoria a la que odiaba y contra la que tuve que luchar el mismo día que se interrumpió mi prueba de acceso. Maldije mi mala suerte por encontrarme ante aquella situación. La duda que me surgía una y otra vez era cómo iba a servir yo a su propósito en aquella misión.

Pasó lo que para mí parecía toda una eternidad, pero fue menos de una hora. Vino un hombre encapuchado con una llave y me liberó de mis cadenas mientras el guarda, el grandullón que había visto nada más despertar, me levantaba cogiéndome del brazo a la fuerza. No mediamos ninguna palabra, simplemente me dejé arrastrar por aquel coloso. Ni el encapuchado dijo nada ni yo quería decir nada, ya suponía por qué me habían liberado y solo quería saber cuál era mi función en aquella misión en la que me habían metido en contra de mi voluntad, sabiendo que aquel hombre no me la diría y que, en caso de que alguien me lo dijera, sería cuando estuviéramos haciendo ya la misión. De nada me serviría preguntar pues no obtendría respuesta.

Salimos de la cueva, pude reconocer que estábamos a los pies de una montaña, cerca de un bosque que, sin duda alguna, estaba al lado de la ciudad. Había caido ya la noche y la única luz que había era la que se reflejaba en la luna, la cual se mostraba en su mayor esplendor, llena. Siguieron tirando de mí, sorprendiéndome al ver que no íbamos directos al bosque, sino a bordearlo.

Pocos minutos más tarde llegamos al río, donde el lider, cuya voz pude reconocer rápidamente, ordenó seguirlo, internándose en el bosque, para acceder a unos acueductos que conducían directos al palacio. Nunca supe de la existencia de dichos acueductos hasta aquel día. Pero lo que más me sorprendió fue cómo era posible que aquel hombre, quien no parecía ser de la capital, sino de algún pueblo de los alrededores, seguramente también invadido por el imperio, conocía la existencia de aquellos túneles y yo, que había nacido y me había criado ahí, no.

Examiné a todos los presentes: el grandullón, el líder, el que me liberó y un hombre más de mediana estatura, tirando más bien a lo bajo. Todos llevaban una espada colgada en la cintura. Seguían sin decir nada, estaban en completo silencio, y yo tampoco me atrevía a abrir la boca. Era la primera vez en toda mi vida que sentía miedo. Ni siquiera en la batalla donde vencí por primera vez a los rebeldes me sentía tan preso del pánico, ya que ahora me encontraba solo, me tenían prisionero y tendría que hacer algo que aun no sabía ni lo que era.

Poco a poco nos íbamos acercando a la ciudad, lo sabía perfectamente, y, efectivamente, se abría un pequeño túnel escondido bajo unos matorrales, donde nos esperaban dos hombres más, uno de ellos tirado en el suelo. Al principio no pude reconocerlo, a pesar de tener el rostro al descubierto y que su acompañante nos estaba esperando con una antorcha en la mano, hasta que me acerqué un poco más y pude ver que se trataba de un cadáver.

-¡Artrio!

jueves, 9 de febrero de 2012

Capítulo 8 - Pelea en el mercado

Intenté seguir al encapuchado entre toda la muchedumbre, abriéndome paso entre el gentío empujando con suavidad, aunque el uniforme daba suficiente respeto para que se apartasen conforme me iba acercando a ellos; solo los que estaban desprevenidos permanecían en el mismo camino. El desconocido tampoco tenía mucho problema para pasar, no le importaba empujar a quien estuviera en medio. Por un momento quise gritar que se detuviera ante la guardia imperial, pero sabía que aquello iba a levantar demasiado barullo y no quería que se hiciera mucho lío y menos en el mercado, la principal fuente de ingresos.

Cada poco tiempo echaba un vistazo hacia atrás para comprobar si Karter había llegado o si me estaba siguiendo. No sabía cómo iba a reaccionar si no me veía en cuanto llegase de hablar con Aubert. También tenía miedo de cómo pudiera tomarse Aubert la existencia de la carta y, aun más, el conocimiento del mensaje que había plasmado. Ya había sido un golpe bastante duro conocer que había muerto vistiendo la armadura del lider de los rebeldes.

Estuve a punto de perder el rastro al encapuchado por volver a sumirme en mis pensamientos, pero, por suerte, era bastante llamativo entre la muchedumbre, pues no era muy normal encontrar a alguien por las calles de una ciudad ocultando su rostro bajo una capucha negra, a pesar de que tamoco era sospechoso por la "normalidad" que suponía aquello en días tan fríos como era aquel día de mi primer trabajo. Vi cómo se paraba frente a un puesto de frutas y cómo se intercambiaban, entre otras cosas, monedas y algunos papeles. En aquel momento pensé que no me podía arriesgar a seguir a uno solo y dejar a la otra persona sin vigilancia. Me acerqué a ellos corriendo al grito.

-¡Por orden de la guardia imperial, deténgase, desconocido encapuchado, e identifíquese!

Al mismo tiempo estaba desenfundando la espada reglamentaria por si acaso intnetaba oponer resistencia. El encapuchado pareció soltar un suspiro y se llevó las manos a la nuca. Era extraño, se había dejado atrapar sin oponer resistencia. ¿Sería una trampa? No me di cuenta de ello pues la satisfacción de haber atrapado a un rebelde infiltrado en mi primer día de trabajo era mayor. Fue cuando el vendedor de frutas se lanzó para placarme cuando me di cuenta de ello. Entonces, varios vendedores salieron de sus respectivos puestos ante el pánico de los ciudadanos desenfundando sus espadas. Exclamé una maldición y vigilé a todos lados para intentar que no me atacasen sin darme cuenta.

Pude darme cuenta de que el encapuchado había salido corriendo, supuse que con la carta en su poder, pero no me quedaba otra alternativa que dejarlo marchar. Solo me quedaba la opción de rendirme frente al ataque de cinco vendedores armados, pero era algo que no pensaba aceptar nunca. La palabra rendición no entraba en mi diccionario, pues siempre me dijeron que un soldado de verdad luchaba hasta la muerte. Parecía que todos los vendedores estaban entrenados, parecían ser profesionales y saber lo que estaban haciendo, al contrario de la primera impresión que me dio, pensando que solo eran un grupo de aficionados que aprovecharían la superioridad pensando que podrían solo por ser más.

Me lancé hacia el más cercano haciendo un amago de atacarle por su izquierda, pero, finalmente, lo que hice fue girar sobre mí mismo para atacarle por el lado contrario. No conseguí cumplir con mi objetivo, que era derribarle, pero había cogido tanta fuerza en el giro que, cuando intentó bloquearme, conseguí apartar su arma a un lateral e, incluso, desarmarle. Me dispuse a rematarlo lanzando una estocada en vertical desde arriba hasta abajo pasando por su pecho cuando un sexto oponente armado con una vara me golpeó en las costillas. Del dolor me arrodillé llevándome la mano apretándola en la zona afectada, posición que le sirvió al primer hombre para golpearme en la cara con su rodilla y tirarme de espaldas.

El dolor era insoportable, parecía que me hubiese roto alguna costilla, pero no podía estarme quieto si quería seguir con vida. Rodé por el suelo justo en el momento en que iban a clavarme una espada en el pecho y aproveché la distracción para zancadillearle, derribando a mi atacante contra el suelo. Me levanté rápidamente y me lancé hacia él clavándole la espada en el hueco de la mandíbula. No tenía tiempo para desclavar mi espada, así que retrocedí unos pasos viendo que el compañero que había sido rescatado por el mismo hombre que acababa de matar se abalanzaba sobre mí.

Volvió a intentar cargar y pude darme cuenta que sus movimientos eran pesados, como si centrase su estilo de lucha en la fuerza bruta. Me eché a un lado y me enganché a su espalda para intentar inmovilizarlo. Recibí dos codazos en el intento, quedando en vano, y pasé al plan B: Matarlo directamente. Llevé mis manos a su nuca y a su mandíbula y, con todas mis fuerzas, tiré para romperle el cuello. No sabía si le iba a dejar muerto o solo inconsciente, pero su arma me venía perfecta para poder seguir defendiéndome. Ahora solo quedaban cuatro hombres tras haber acabado con la vida del refuerzo que había llegado y haber dejado inconsciente a un atacante.

Estudié con mucho detenimiento la situación, quería aprovechar que ya no me rodeaban para poder atacarles sin peligro de un ataque por la espalda para contrarrestar cada uno de mis movimientos. Respiré hondo para relajarme, olvidando ya por qué y cómo se había originado todo esto y corrí hacia el objetivo más cercano. Sabía que donde me iba a meter iba a ser algo demasiado peligroso, pero era la única alternativa y quería ver cómo funcionaba aquella táctica que se me acababa de ocurrir. Lancé una estocada fuerte y contundente en diagonal al pecho del primer oponente, parándola a mitad de camino, antes de llegar siquiera al hombro, y giro sobre mí mismo haciéndole una finta. Sin dejar de avanzar, continué la estocada en horizontal por su espalda, sintiendo que la hoja se clavaba bastante honda en su piel.

El segundo oponente que me encontré en la carrera se había preparado ya para contraatacarme; parecía decidido a pararme. Intentó clavarme la espada en el hombro que sujetaba el arma y solo tuve que inclinarme un poco para que la espada pasara por encima mía, de tal forma que acabaría cargando contra él para derribarle al suelo de un placaje. Le golpeé varias veces en la cara con la empuñadura de la espada y luego le rematé haciéndole un corte profundo en la yugular antes de que el tercer hombre me golpeara en el mismo costado que había sido golpeado anteriormente. Intenté mantenerme firme tras el golpe, pero una patada en la boca me aturdió y me dejó en el suelo. Pude ver cómo se acercaba a mí con una daga en la mano y sentí que el frío acero de su arma se clavaba en mi vientre.

-Vámonos antes de que vengan más guardias-pude oirle decir, aunque me parecía que hablaba muy lejano-. Nos llevaremos a este por si acaso puede darnos información útil.

Después de aquellas palabras, mi mente dejo de tener contacto con el mundo real y acabé inconsciente mientras su compañero me cogía en brazos y me cargaba en su hombro mientras ambos corrían rápidamente para alejarse ante la mirada de los asombrados clientes del mercado.